Hoy os quiero hablar de una consulta típica de los padres de gemelos, mellizos y trillizos, ¿Debemos tratar a todos los niños escrupulosamente por igual? ¿Es conveniente ser más severo con alguno por norma aunque la situación lo requiera? Y, sobre todo, ¿Es normal sentirse culpable por ser más estricto con uno de ellos?
En este caso se trataba de una pareja joven con gemelos monozigóticos, niños, de 2 años. Los niños son bastantes revoltosos (¿Habéis visto alguna vez niños quietos, tranquilos y sosegados?), así que en este sentido no había gran diferencia con otros gemelos o niños no gemelos.
Uno de los pequeños, últimamente, hacía enfadar bastante a sus padres, porque tendía a estirarse hacia atrás cuando no quería algo. Por ejemplo, cuando su padre se disponía a sentarle en su sillita del coche o en la de paseo. En palabras del padre:
[quote title=»Padre preocupado»]‘Todo en estos momentos son protestas. Y muchas veces me toca llevarlo en brazos, en vez de sentarle porque se tensa mucho y tendría que emplear mucha fuerza. Además, no sé… Me cuesta enfadarme con él o darle un castigo. Como el otro no me saca tanto de quicio y nunca lo hice con él, me sabe mal darle un trato diferente…Pero ganas de hablarle seriamente no me faltan desde luego’.[/quote]
Me quedé un poco extrañada, aunque por otro lado lo entendí.
¿Tienes la idea de que sea injusto tratarlo con más severidad a él que a su hermano?, le pregunté. Asintió.
Por tanto, entendí que este padre tiende a comparar la actitud que tiene hacia uno de los gemelos con la que tiene hacia el otro. Y algo en él le dice que esta actitud tiene que ser la misma.
Pero esto implica que en realidad el padre no es auténtico con sus hijos. Y, además, los considera como iguales o muy parecidos. Pero nunca es el caso, aunque ciertamente se parezcan mucho, tanto en físico como en conducta.
[perfectpullquote align=»left» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]Algunos niños exigen recibir exactamente el mismo trato, pero es vuestra tarea como padres no ceder[/perfectpullquote]
Joan Friedman diría que este padre sufre the twin mystique. Esta es la idea de que los gemelos lo comparten todo y tienen un lazo místico, por ser una sola alma en dos cuerpos. Por tanto, hay que tratarles de modo igual, ya que si no, no es justo.
No es así. Nunca los padres de gemelos o trillizos pueden darles un trato igual a sus hijos. Son niños distintos.
Ciertamente los niños muchas veces lo piden: si le das algo a uno, el otro también lo reclama. Por ejemplo, le das una caricia a un niño y antes de darte cuenta está el otro a tu lado, porque también quiere un beso. Algunos y algunas son muy exigentes y controladores y piden todo en partes iguales. La misma cantidad de macarrones, la misma cantidad de atención, la misma prenda…
Pero en vosotros recae la tarea de hacerles ver, cuanto antes, de que la vida nunca va a ser igual para los dos. Y que además ellos no necesitan lo mismo. Al hijo que más come, le pones mayor cantidad de macarrones; al otro que come como un pájaro, le pones menos.
[perfectpullquote align=»right» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]Hay que evitar caer en el «twin mystique»; son niños distintos que requieren un trato distinto[/perfectpullquote]
Si te invade un deseo de besarle a uno, porque su carita despierta en ti esas ganas, lo haces y sería raro (antinatural) repetir el mismo gesto con el otro. Lógicamente, cuando lo pide, se lo das, con mucho gusto y una sonrisa, pero no anticipándote a sus celos ni de modo automático.
Por tanto, es bueno actuar en concordancia con lo que cada hijo evoca en ti. A este padre le aconsejé expresar su enfado y hacerle ver al niño que en estas situaciones la voz del papá era más decisiva que el deseo del niño. Sentarle en su sillita a pesar de sus protestas. O mandarle un momento al pasillo cuando su conducta lo exigía. Y olvidarse de las comparaciones.
El padre suspiró aliviado. Esta era para él una nueva perspectiva. Sin querer se había autoimpuesto un orden que ya le costaba seguir.
Además, le expliqué, a esta edad a los varones les beneficia sentir que hay límites. Lo necesitan. Los varones, si no sienten un control de fuera, se vuelven incontrolables. El impulso del auto-control lo aprenden gracias a las normas que sus papás les imponen.
La convivencia se hace más llevadera si los padres imponen los límites necesarios. Y cada día de nuevo habrá que imponérselo.
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