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Hace unos meses publiqué un post en el que abría mi alma como creo que nunca lo había hecho antes en este blog, desgranando los recuerdos más duros de la estancia de mi hija en su incubadora, en Neonatos. Me sorprendió comprobar como ese post se ha convertido en uno de los más leídos y comentados de este blog, y me sorprendió aún más ver cómo muchas madres confesaban en los comentarios sentirse identificadas con todo lo que yo había sentido.
Y así es como, gracias a vosotros, me di cuenta de que realmente yo no había llevado tan mal la situación como pensaba sino que, de hecho, lo que sentí en esos momentos fue bastante normal. Gracias a todos los que comentásteis el post porque habéis conseguido aliviar mi carga.
Sin embargo, después de publicar el post me quedó un cierto mal sabor de boca porque, como yo digo siempre, no todo es blanco o negro, y a mí me gusta presentar las dos caras de la moneda. ¿Acaso no hubo momentos buenos también? Y entonces me paré a pensar y llegué a la conclusión de que claro que hubo momentos emocionantes, tiernos e incluso bonitos, y no es justo que queden en el olvido sepultados bajo un alud de sentimientos negativos, ya que estos pequeños instantes de felicidad también forman parte de nuestra historia.
Así es como decidí escribir este post para desquitarme de todo el dolor que destilaba el post sobre los recuerdos tristes de mi hija en la incubadora y contar también la parte buena, ese oasis de esperanza entre tanta confusión y dolor.
Alivio. Cuando nació mi hija no lloró, sino que vino a este mundo en silencio tratando de compensar todo el ruido que haría después. Y yo, inmovilizada en la mesa de operaciones, me temí lo peor ante tanto silencio y creí que me moriría allí mismo de puro dolor. Un minuto después pusieron su carita junto a la mía y la vi, completamente dormida y tan pequeña como esperábamos, pero viva y respirando por sí misma. Sin duda, la mejor noticia que he recibido nunca.
Optimismo, cuando dos horas después de nacer mis mellizos me visitó la Neonatóloga en la Unidad de Reanimación donde me encontraba para contarme que mi hija estaba tan bien de salud que la sacaban de la UCI para enviarla a Cuidados Medios. No sólo era una buena noticia el hecho de que, a pesar de ser tan pequeñita, estuviera tan sana sino que además el riesgo de contagio de infecciones –como la tan temida enterocolitis necrotizante- descendía considerablemente si permanecía ingresada en Cuidados Medios.
Una emoción desbordante, la primera vez que pude cogerla en brazos, después de cuatro días separadas, y pudimos practicar el método canguro y sentirnos la una a la otra piel con piel, sin apenas ningún obstáculo entre nosotras. Su piel, tan fina que era casi transparente, dejaba entrever cada vena de su cuerpo, pero su respiración fuerte y constante transmitía unas inconfundibles ganas de vivir. Y entonces lloré sin parar, de alivio y de alegría, recordando todo el sufrimiento que había pasado durante los últimos meses de embarazo ante la incertidumbre de no saber si llegaría a nacer con vida.
Orgullo, cuando un día decidió arrancarse la sonda nasogástrica a través de la cual se alimentaba y decidió que ya era hora de alimentarse por la boca, como todo el mundo. Ante tal muestra de determinación las enfermeras accedieron darle una oportunidad y ya nunca más volvió a necesitar la sonda.
Entusiasmo, cada vez que las enfermeras me contaban que mi hija había cogido algo de peso, aunque fueran unos pocos gramos. Poco a poco iba engordando y cada vez nos quedaba menos para estar todos juntos en casa.
Una agradable sensación de sorpresa cuando un día fui a visitarla y la encontré fuera de la incubadora, durmiendo plácidamente en su nueva cunita térmica. Al fin podía tocarla y acariciarla con tranquilidad, sin la incomodidad de tener que estirar mi brazo en posturas imposibles a través de una ventanita.
Curiosidad y emoción, la primera vez que pude ver su cara completa frente a mí, sin cables ni incubadoras de por medio. Parecía una muñequita, con esa cara tan dulce y esa piel tan blanca, y no supe determinar a quien se parecía pero no podía dejar de mirarla. Me había imaginado su cara tantas veces que de pronto me sentí desconcertada. Sí, esa era la cara de mi hija, y aunque habíamos empezado con mal pie teníamos el resto de nuestra vida para seguir conociéndonos.
Esperanza, la primera vez que logré que cogiera mi pecho un mes y medio después de nacer, tras intentarlo más de diez veces sin éxito. A pesar de que nunca lo había hecho antes, y que había sido alimentada con biberón todo ese tiempo, su instinto seguía ahí, poderoso e inalterable, y empezó a succionar con ganas. En ese momento supe que tenía que seguir luchando, y que nuestra lactancia sólo estaría perdida si yo me rendía.
Una Alegría inmensa, el día que al fin dieron el alta a mi hija y pudimos llevarla a casa. Le cambié de pañal por última vez en esa incómoda cuna térmica, la vestí por primera vez con nuestra propia ropa y atravesé orgullosa la puerta con mi niña en brazos esperando no tener que volver nunca, ¡Al fin empezaba nuestra nueva vida como familia! ¡Ahora sí que empezaba a sentirme madre de dos bebés!
Felicidad absoluta. Al llegar a casa y acostar a mis dos hijos juntos en su cuna. Se acabó el tener que dividirme físicamente para atenderles, y empezaba el reto de aprender a atender a los dos a la vez. Les miraba y me costaba creer que al fin tuviera a mis dos hijos juntos en el mismo metro cuadrado. Al fin juntos, como siempre fue desde el mismo instante de su concepción cuando apenas medían un par de milímetros y como tenía que haber sido siempre. Y así fue como permanecieron, durmiendo juntos en la misma cuna al lado de mi cama, durante más de un año después. No puedo hacerle olvidar ese tiempo que pasó separada de nosotros pero ahora sabe que ya nunca más estará sola ni le faltaran abrazos.
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¡Hermoso! Lluvia de bendiciones para tu hermosa familia 🙂
Al leerte me ha dado la impresión de que te has metido en mi y has descrito mis sentimientos.
Gonzalo nació primero y tampoco lloro, al tercer día cuando lo pude ver no podía parar de llorar de emoción-rabia…. Etc… Todo es igual!
Gracias por describirlo también!
Mira que ya conozco la historia y sé que tiene final feliz. Pues todavía me «toca» cada vez que cuentas algún detalle. Felicita a tus hijos por tener una mamá como tú, fuerte y optimista.
Me he emocionado y debo darte las gracias por compartir esas emociones tan intensas y de tan felicidad
Un post precioso, me alegro que gracias a los comentarios te sintieras «Menos sola en tu dolor», creo firmemente que escribir cura muchas heridas y compartir ayuda a quitarles importancia porque nos lleva a descubrir que no estamos solos.
Yo a veces pienso que ese principio duro es el que me llenó de fuerza por recuperar todos los momentos perdidos, nunca sabremos como hubiera sido todo si hubieran nacido a término y con un peso normal, lo que si sabemos es que son unos luchadores y que tenemos toooda la vida por delante para amarlos con todo nuestro corazón.
Un abrazo
Emocionante!! Sin duda las que hemos pasado algo parecido te entendemos perfectamente. Yo tuve suerte y mis gemelas estuvieron solo un dia en la incubadora y el dia q las vi en su cunita sin cables fue unico.
Contar nuestras historias sirve de terapia! Xa mi hubo un antes y un despues de su primer cumpleaños, el recordar lo q pasamos ya no me duele tanto, aunq todavía me emociona. Hace poco hice un álbum del primer año de las niñas y puse unas fotos de ellas con todos sus accesorios (cables y sensores de electros, pulsi, sonda naso-gastrica…) y mi marido me dijo: no pongas mas de estas, y le conteste: xq no? Ahí éramos felices! Las niñas solo tenían q engordar y aprender a comer, después de la incertidumbre de como iría todo eso era felicidad!!!!! A mi tb me ayudo tu historia viendo q esos sentimientos eran de lo mas normales y lógicos! Ahora lo importante es q tenemos niñas sanas y felices!!!
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Y cada vez pesarán más estos recuerdos… porque al fin y al cabo, no podemos cambiar el pasado, así como nacieron nuestros hijos, su llegada al mundo fue precipitada y algo complicada, pero tenemos una doble alegría: el día que nacieron y que todo fuera tan bien. Un abrazo enorme, me gusta, me gusta este post! (vaya vacaciones en Madrid… estoy matada!!!)
mis mellis estuvieron 11 dias ingresados por que nacieron bajos de peso y todo pasa se hacen grandes y fuertes animos mamas
Hola!!! estamos con angustia ya que la mami está ingresada por contracciones y tras dos ciclos de Atosibán no parece que paren…y está de 31+3….alguien en esta situación? cuello del útero a 20 aproximadamente. que pasa si no se paran con un tercer ciclo? nadie nos dice nada…. esperamos mellizos. Nos da miedo que sean tan prematuros, que estén en incubadora…estamos aterrorizadas. Gracias!
Marta, yo nunca hice ciclos de atosibán. No me puse de parto, me puse malita y mis niñas nacieron con 31+5. Está claro que cuanto más tiempo aguanten dentro mejor, pero si te sirve conocer una historia que empezó tan prontito, las mías fueron bien, aunque pasaron 40 días ingresadas. Hoy tienen 3 años y ninguna secuela. Con esto no quiero echar las campanas al vuelo, pero sabed que hay muchísimos casos así, y que la mayoría de los niños de esta edad gestacional que no tienen otros problemas añadidos salen adelante perfectamente. Os deseo mucha suerte y que consigáis llegar lo más adelante que podáis. Un abrazo.