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Mi querido G.,
En este blog he hablado mucho de tu hermana, de vuestras travesuras y rabietas, pero hasta ahora apenas he contado nada sobre tí en particular.
Reconozco que no pregunté mucho por tí durante el embarazo, ya que estaba tan preocupada por la evolución de tu hermana que muchas veces ni siquiera me acordaba, dando por hecho que estarías bien. Además, ¡Menudas patadas me metías para recordarme que tú también estabas ahí! A través de la ropa se veían perfectamente esos bultitos en mi tripa que eran tu forma de saludarme, especialmente cuando comía algo dulce.
Recuerdo perfectamente como llorabas cuando naciste, contrariado por tener que salir por la fuerza antes de tiempo de ese lugar en el que estabas tan cómodo. Y de hecho tenías razón, aún no había llegado tu hora, pero salvar la vida de tu hermana bien merecía ese pequeño sacrificio.
Cuando naciste pude verte tan sólo un momentito pero jamás olvidaré lo precioso que me pareciste, y lo tierno y sorprendente que me resultó que instintivamente alargases tu mano y me cogieras la nariz mientras yo luchaba por incorporarme un poco para darte un beso fugaz. Ese recuerdo tan dulce fue el que me dio fuerzas mientras me recuperaba de la cesárea y los dos días siguientes en los que me mantuvieron separada de vosotros mientras a mí se me rompía el corazón al no poder ni siquiera veros a través de un cristal.
Tu primera foto, que te sacó papá a través del móvil, no te hacía justicia. Parecías gordito y rollizo cuando apenas superabas los dos kilos. Me costó aceptar que te tuvieras que quedar también en Neonatos en observación cuando tú estabas completamente sano. Quizá es que no querías dejar sola a tu hermana hasta cerciorarte de que estaba bien.
¡Cómo lloré esos dos primeros días separada de vosotros! Recuerdo que me preguntó mi hermano que tal me encontraba y yo me eché a llorar, mientras papá bajaba a Neonatos a suplicar que pudiéramos vernos tú y yo en la habitación al menos un minuto. Y justo en ese momento dio la casualidad de que estabas recibiendo el alta y viniste a la habitación acompañado de dos Neonatólogos. Cuando ví ese trozo de cuna asomando por el quicio de la puerta comprendí enseguida lo que estaba ocurriendo y rompí a llorar aún más fuerte, mientras mi sobrino me miraba alucinado pensando que me había vuelto loca del todo.
Entonces papá me dijo algo así como “no viene de visita, se queda contigo” y, desde el momento en que al fin pude tenerte entre mis brazos, ya no nos hemos vuelto a separar. En el hospital te tuve entre mis brazos todo el tiempo, excepto cuando dormía porque me daba miedo que te cayeras al suelo desde esa cama tan incómoda. Me encantó que la cuna fuera transparente, porque así me tumbaba de lado y miraba como dormías hasta que yo misma me quedaba dormida.
El resto del tiempo estuvimos haciendo piel con piel para establecer la lactancia, hasta casi quedarnos pegados el uno al otro. Al principio te negabas a cogerme el pecho, lo que me hacía sentir muy frustrada, pero pronto le cogiste el gusto y hoy en día eres todo un profesional.
Cada vez que te soltaba de mis brazos, hacías un curioso aleteo con las manos para mostrar tu disconformidad. Tan acusado era ese gesto que los médicos tuvieron que subir a examinarte otra vez. Y es que parece que echabas de menos ese útero materno en el que estabas tan recogidito, y el exceso repentino de espacio te agobiaba.
La primera noche que nos quedamos solos fue muy especial para mí. Mandé a papá a dormir a casa, y le dije a la abuela que papá se quedaría conmigo por la noche para que no viniera. Me dio un poco de vértigo pero estaba deseando disfrutar al fin a solas de tí, de MI HIJO, sin tener que compartirte con nadie.
No olvidaré nunca el gesto de incomodidad que pusiste la primera vez que te dio la luz del sol en la cara cuando salimos del hospital. ¡Bienvenido al mundo real hijo mío! Creo que nunca hemos conducido tan despacio como ese día. Ni siquiera nos atrevimos a poner música por no molestarte.
Mi querido G., tu has sido mi maestro en muchas cosas. Has sido el primer bebé que he cogido en brazos, el primero que he amamantado, el primero al que he cambiado un pañal, el primero que he bañado, el primero al que he paseado… Esas primeras semanas en las que tu hermana tuvo que permanecer en el hospital, tú me lo enseñaste todo sobre la maternidad. Contigo me sentí madre por primera vez.
Me hace gracia recordar como los primeros días tenía tanto miedo de aplastarte mientras dormía que te tumbaba en la cuna de colecho, y me tumbaba yo en el borde de la cama de lado, cogiéndote la mano para echar una siesta juntos.
Gracias por toda la paciencia que tuviste entonces con nosotros, dos padres de mellizos prematuros inexpertos, asustados y agobiados por tener a sus dos hijos recién nacidos separados por 30 kilómetros. Gracias por acompañarnos cada día a ver a tu hermana al hospital. Perdóname por todas esas veces que me reclamabas a voz en grito y yo tardaba en acudir porque estaba tratando de apurar los últimos minutos con tu hermana.
Ahora te observo y me parece mentira lo rápido que has crecido, y como poco a poco te ha ido abandonando la cara de bebé para dar paso a esa cara de niño travieso. Miro tus fotos de recién nacido y apenas te reconozco. Recuerdo como agarrabas aterrorizado mi pelo cada vez que trataba de meterte en la bañera. ¡Y ahora te vuelves loco de alegría cada vez que ves una piscina!
Mi ratón mayor, mi pequeño hombrecito, ¡Qué rápido han pasado todos estos meses! ¡Qué mayor estás ya! ¿Pero dónde demonios se ha metido mi bebé?
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Preciosa!
Precioso!!!
¡Hermoso!! Siempre me pones a llorar. Cuanto amor para esas personitas tenemos. Dios bendiga tu hermosa familia.
Qué precioso A.! Cómo crecen… tu última frase me lo recuerda, porque la ratona de la familia ya no quiere serlo, no le hace gracia, y dice que no, que ella «papa» (guapa). Ya son mis niñas y no mis bebés… tenerlos separados tuvo que ser duro… cuánto agradezco habernos podido llevar a las tres a la vez a casa… y esa necesidad de estar a solas… yo también la tuve, no me acuerdo el primer día que me pude quedar a solas con las 3, llevaríamos un par de meses en casa… y me tumbé con ellas en mi cama a pasar ese rato, los bibes yotra vez conmigo… y me gustaba dormir con una encima mío, así, las dos, espirando a la vez… ay… si pudiera, tendría un ratón como el que tienes!!!! Gracias por compartirlo, ha sido precioso leerlo, y una avalancha de recuerdos y sensaciones…
Me he emocionado, es verdad que pasa tan rápido el tiempo, para mi los momentos más felices de mi vida han sido dar a luz a mis 3 hijas y aun siendo los partos tan diferentes, mis mellizas por cesárea y tuve que estar 3 semanas en el hospital hasta que me las pude llevar a casa, y mi peque por parto natural sin epidural, sin duda la experiencia más maravillosa de mi vida, pero como digo el momento de ver esas caritas y abrazarlas…es inigualable e insuperable. La crianza es dura pero tan gratificante que todo merece la pena. Y ahora están tan mayorcitas que parece imposible que fueran aquellas criaturitas…q bonita es la maternidad.
Es precioso!!!!! me ha puesto los pelos de punta…y esa foto con nuestro chupete LOVI ya me deja KO…es ideal el post!
una carta preciosa
Es muy bonito, yo también me he emocionado y me he acordado de muchas cosas con el pequeño ratón. Se está convirtiendo en un gordito entrañable.
Saludos mellizudos.
:_) preciosos, la entrada, tus bebes y tu!
Muy bonito gracias
Muy bonitas tus palabras, me hacen recordar esos momentos de madre primeriza con mi niño que apenas peso 3 libras con 13 onzas, cuando tuve que dejarlo en el hospital y los cuidados especiales que tuve con el para que todo su desarrollo se llevara a cabo sin complicaciones.