¡Comienzo saludando a todas las mamitas y papitos múltiples! Me llamo Carolina y soy de Copiapó (Chile). Tengo 22 años y soy mamá de mellizos prematuros de 2 años y 8 meses.

Todo comenzó en junio del 2010, cuando trabajaba en un supermercado y comencé a sentir algo raro dentro de mí. Fui a la matrona para ver qué tenía y me salí con una sorpresa. «¡Vas A Ser Mamá!», me dijo. Quedé sin palabras, no quería creer que tenía un ser humano dentro de mí.

Fue todo muy rápido. A la semana fui a hacerme la primera ecografía y… tenía nada más y nada menos que 4 meses y medio de gestación. Quedé sorprendida. ¡Casi 20 semanas de embarazo y yo no tenía idea!

En el momento que la matrona me está haciendo la eco me dice: «Felicitaciones, ¡Vas a tener gemelos!«. Quedé en shock, lloré, lloré y lloré… Jamás olvidaré ese momento. No me sentía preparada para criar a un bebé y yo iba a tener dos…

Siempre tuve el apoyo de mi familia, todos estaban felices por mi bendición. Con los días todo cambió en mí; me sentía la mujer más afortunada por lo que Dios me había brindado. Después de unos días mi panza empezó a crecer y a crecer y yo todavía trabajaba. Aunque me sentía cansadísima, estaba muy feliz.

Llegó septiembre y yo cumplía mis 25 semanas de gestación. Me tocaba una ecografía que me arrojó que mis bebes ya estaban en posición de nacimiento (estaban los 2 de cabecita). Eso me asustó mucho, y el doctor me dijo que tenía que tener reposo absoluto.

Al otro día era un 2 de septiembre a las 2 de la madrugada, y me comienzan unos dolores horribles. Yo, sin saber que eran contracciones, me fui al hospital asustada a las 4 de la mañana para ver que me pasaba y el doctor asustado me dijo «los bebés están naciendo«. Yo desesperada lloraba por mis bebés. Quería que ellos estuvieran bien, pero todavía no tenía ni 6 meses de gestación.

Prepararon todo muy rápido; los ventiladores mecánicos, las incubadoras y todo en la sala de parto. Sólo me alcanzaron a sacar la ropa y me dijeron que empujara. Eran las 4:32 am y nació mi primera bendición, Leonardo, pesando tan solo 830 gramos y midiendo 31 centímetros. Fue desgarrador ver cómo nació mi pequeño en esas condiciones.

Luego de 8 minutos, a las 4:40, nació su hermanito, mi bendición Vicente, pesando 980 gramos y midiendo 33 centímetros. Cuando se los llevan le pregunto a los médicos qué pasa y me dicen que sólo tenía que rezar porque mis bebés no tenían probabilidades de vida. Se me vino el mundo encima. Me quería morir de la pena y angustia. Sólo quería ver a mis bebitos y decirles que los amaba y que por favor lucharan para que fuéramos felices juntos.

Después de todo aquello rogué que me dejaran ver a mis hijitos. Cuando los conocí y los vi llenos de tubos por todo su cuerpecito se me partió el alma. Ver sus manitas, piecitos, su carita tan pequeña… Me mató. Pero me llené de valor y me acerqué a ellos y les dije: «Hijos, ustedes son lo más lindo que me ha pasado, los amo mucho, por favor no me dejen, ¡Luchen!«

De ahí sólo era rezo y rezo. Los médicos hacían todo lo posible, sólo había que esperar a la voluntad de Dios. Era desesperante ver como las máquinas sonaban cada minuto por que algo les pasaba; sufrieron pre-infartos, apneas… Los primeros días fueron terribles. Leonardo llegó a pesar 620 gramos y Vicente 710.

Era aun más triste no poder amamantarlos, abrazarlos, dormir con ellos, todo lo que una mamá hace con sus bebitos. Yo vivía en el hospital todo el día con ellos. Me extraía la leche materna y me quedaba todo el día conversándoles y tocándolos.

Pasaban los días aún en su estado grave pero empezaron a subir unos gramitos, y ahí todo empezó a ser más tranquilo. Ya tenían 15 días de nacidos y el médico me dice que los tendrán que operar del corazón a los dos por un ductus. Me quise morir y me pregunté por qué. ¿Por qué ellos si eran tan inocentes, unos angelitos, tenían que sufrir todo eso?

Lloré y lloré hasta que llegó el día 22, día de la operación. Fueron horas de angustia, de sólo saber que tenía dos hijos ingresados en pabellón siendo tan pequeños, y que sólo Dios sabía si iban a sobrevivir. Pasó la operación y mis bebés gracias a Dios quedaron sin problemas, en su estado de gravedad pero sin secuelas.

Ya todo comenzaba a ser más lindo aún cuando mis bebes empezaron a subir de peso, a quitarles todas las maquinas, los ventiladores… eso fue un logro muy importante. Ya tenían 2 meses medio hospitalizados cuando el oftalmólogo me dice que Leonardo tiene retinopatía del prematuro y que debía ser operado. Fue como empezar de cero. Pero ya había pasado por tanto que una más la iba a aguantar. Así que viajamos a Serena para su operación de los ojitos. Como Dios es grande una vez más salió todo bien.

Se cumplían los 3 meses y fue la primera vez que pude tomarlos en brazos. Fue un momento mágico; ahí llore, pero de pura emoción. Había esperado tanto ese momento… ¡Estaba demasiado feliz!

Mis gordos pasaron cuatro larguísimos meses en Neonatología. Fueron cuatro meses de angustias, sufrimientos, sacrificios, llantos, logros, alegrías… y hoy puedo decir que tengo unos hijos hermosos fuertes y sanitos. Gracias a Dios por esta hermosa bendición doble. Soy la mujer más afortunada por tener a mis bebés. Vicente y Leonardo son mi vida, ¡Son un milagro!.

Muchas veces pasa que por un pronóstico médico la gente se da por vencida… Mis bebés dijeron no, ¡Sí se puede!

Carolina, madre de mellizos de 2 años y 8 meses

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